miércoles, 12 de octubre de 2011

Miss Piggy de Alba (¡y Olé!)


Este par de simpáticas damas de nuestro tiempo, fashion victims o víctimas de su propio sentido de la moda, comparten en las fotos que nos ocupan un gusto peculiar por el look total curly. Cierto es que Miss Piggy ha ido cambiando su imagen con los años, alisando su asilvestrada melena hasta alcanzar una imagen mucho más moderna y actual. Es de adivinar que muchos, familiarizados con la dulce apariencia que suele proyectar esta deliciosa cerdita rubia, se hayan sorprendido ante esta imagen de archivo de sus inicios en el mundo del espectáculo allá por los años 70. Frente a la híper-romántica duquesa de numerosos lances amorosos, a la diva más cerdita de la historia de la TV tan solo se le ha conocido un único amor, que parece eterno: la rana Gustavo (“el reportero más dicharachero de Barrio Sésamo”). Sin embargo, comparte con la noble más noble del mundo mundial un carácter algo dificilillo en cabreo mode, estado anímico habitual en el caso de la americana.
Piggy y Gustavo en una de sus numerosas
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En estas comparaciones trastornadas hallamos también una destacada afición al arte. Miss Piggy no ceja en su lucha por convertirse en la mayor estrella del mass media desde su programa, Los Teleñecos, con la vista puesta en el Hollywood más sofisticado y glamuroso. El carácter bohemio de la duquesa de Alba (y de Arjona), en cambio, le ha conducido a ámbitos artísticos algo más modestos, llegando a convertirse en sus ratos libres en una elegante bailaora de flamenco y pintora de cuadros resultones, por no hablar de la impagable pinacoteca de la Casa de la que ella es rizosa cabeza. Y hablando de pintura…
¿Sabían que a punto estuvo de ser retratada por ni más ni menos que Picasso en una nueva versión de La maja desnuda? El proyecto abortó en el momento en que se enteró el primer marido de la duquesa, Luis Martínez de Irujo… ¡pero no hay misterio que la revista Interviú no quiera dejar de desvelar! Y si Picasso no pudo inmortalizarla desnuda, los paparazzi, con menos arte y más jeta, sí pueden, sí.
La decimoctava duquesa de Alba (y onceava duquesa de Berwick), enviudada en dos ocasiones, casada –por la Santa Iglesia– en otras tres, y más cargada de títulos nobiliarios que de joyones, se ha puesto el mundo por aristocrática montera y ha hecho suyo aquel viejo ripio de que a la vejez, viruelas. En una entrevista, la octogenaria señora tildaba de envidiosos a todos aquellos que realizaban comentarios despectivos acerca de su relación sentimental con su prejubilado y ahora ya flamante esposo. Sospechamos que lleva razón. A quienes dicen lo fácil que lo ha tenido la duquesa de Alba (y de Liria y Jérica) para hacer lo que le diera la gana en su vida porque ha tenido toda la pasta del mundo para hacerlo… ¿no les gustaría haber podido hacer lo mismo?
Poco agregaremos nosotros a lo que se lleva comentando esta última semana de la boda de la duquesa de Alba (y de Híjar). Tan solo decir que ese baile rumboso que se marcó ante los periodistas, sus fans sevillanos y su atónito tercer esposo puede verse como un homenaje a la 3ª edad, al duende flamenco, a los hippies de pies descalzos y, cómo no, a sí misma. Pues eso, ¡que le quiten lo bailao!