miércoles, 13 de junio de 2012

El diablo peina canas

Por si no lo había notado, amable lector de Coincidencias Trastornadas, estamos asistiendo a un momento de inestabilidad económica -que si el euro p'arriba, que si el euro p'abajo-, rescates a países en crisis de la denominada eurozona, primas de lo más arriesgadas y, como objetivo final, una operación para salvar a la monedita de la Europa unida, que está hecha pupita... ¡Pero tranquilos! No nos llevemos las manos a la cabeza, golpeemos nuestros pechos con desesperación o busquemos el horno más a mano. Hay alguien ahí, elegante, inteligente, experimentada, francesa y, por qué no decirlo, chic, que está alerta y vigilante, dispuesta a dejarse la piel por salvarnos a todos.

Su nombre es Christine Lagarde, y si hay alguien aquí presente que no le da por echar un vistazo a los noticiarios de vez en cuando, diré que es el nombre al que responde la primera mujer en dirigir el Fondo Monetario Internacional (FMI). Menuda tía, ¿no? Con un currículum que si fuéramos más folklóricos de lo que ya somos diríamos que quita el sentío (ha sido ministra de Agricultura, Pesca, Comercio, Economía, Finanzas e Industria en su país de origen, la France; y no llegó a ser concejala de chirigotas en el Mardi Gras y la Fête de la Musique porque no la dejaron, que si no...), a Madame Lagarde le ha tocado en suerte un papelón del que más de uno habría salido huyendo.

Cierto es que esta simpática señora no le cae bien a tout le monde. El diario The Economist ha señalado que su visión de los problemas financieros en los países en estado más crítico (España, Irlanda) no es la más certera. Y otra: durante una entrevista en la que le informaron sobre el alto índice de suicidios que estaba alcanzando la población griega tras el estallido de la crisis, la buena de Christine se limitó a apuntar que todo este drama no habría ocurrido si se hubieran limitado a pagar sus impuestos. Con unos comentarios así, la red -peligrosa red, pardiez- ha sido generosa en regalarle a sus pupilas calificativos que en el mejor de los casos podrían tildarse de obscenos.

Tampoco se puede decir que sea el colmo de lo políticamente correcto la inefable Miranda Priestly, personaje que clavó -once again- la espléndida actriz norteamericana Meryl Streep en uno de los hits taquilleros del 2006, El diablo viste de Prada. Ésta es una adaptación del bestseller de la moderna tradición de la chick-lit (instaurada, sin proponérselo, por Jane Austen siglos atrás), escrito por Lauren Weisberger, que tomó como musa inspiradora -dicen... o debería decir, presuntamente- a su ex superiora, la suma pontífice de la biblia de la moda, Vogue: Anna Wintour. Como diría aquel, dale un puesto a los cuervos..., porque lo que es Ms. Weisberger se despachó bien a gusto, ofreciendo un retrato de jefa tan terrible que es para ir corriendo a las filas del INEM y pedir de rodillas que te consigan un trabajo a realizar desde casa y sin salir más que a por el pan. Ofensiva, frívola, ultra-exigente, despiadada... un no parar en la tradición de las buenas maneras, vaya. Eso sí, si hay algo que uno no puede dejar de reconocer viendo el film, es que Priestly/¿Wintour? es extraordinaria en su trabajo, una profesional digna de admiración. 

Desde aquí cruzamos los dedos por los colaboradores de Lagarde, y les encendemos unas velitas y les rezamos a un puñado de santos si lo desean, por que su señora jefa no se ponga con ellos tan borde como la Priestly. No corren tiempos como para permitirse estar de buen humor...