miércoles, 29 de agosto de 2012

Los gorgoritos de Ricitos de Oro

¿Somos aquí en Coincidencias Trastornadas los únicos que pensamos que el cuento tradicional que responde al título de Ricitos de Oro es uno de los más sosos worldwide? Repasemos... Una niña de cabellera rizosa y rubia como el noble metal se pierde en el bosque -que ya son ganas- hasta dar con una casita. Al entrar (¡menuda okupa!), se comerá toda la comida, destrozará una silla y revolverá las sábanas de tres camas hasta quedarse sopa. Hace su aparición la familia de osos residente en tan cuca cabañita, y la muy jodía tiene la desfachatez de asustarse al verlos (¡ella!),  y salir corriendo como alma que lleva el diablo.... y fin. No hay más. 

Bueno, eso en una 1ª lectura, claro. Porque llegó el bueno de Bruno Bettelheim y tumbó a Ricitos en el diván de su estudio, la psicoanalizó exhaustivamente y lo que de ella sacó le deja a uno con la boca tan abierta que le puede caber un melón. (Si no nos crees, interesado lector, échale un vistazo a su libro Psicoanálisis de los cuentos de hadas.)

¿Que adónde queremos llegar con prolegómeno tan largo? ¿Es que aún no les habéis echado un vistazo a las foticos más arriba? Tanto David Bisbal como, en su día, Shirley Temple han decidido continuar el patrón estético de la niña revoltosa, convirtiéndose en su seña de identidad más significativa. De hecho, una vez que al cantante almeriense le dio por cortárselos, a uno le daba por pensar que estaba como un árbol de Navidad a medio decorar.

Bisbal, o Bisbalín, como le llaman sus fans más cariñosas, surgió cual cohete en el panorama artístico nacional gracias a ese trampolín televisivo que fue Operación Triunfo (OT, para los amantes del acrónimo). Aunque resultó ser Rosa López -rebautizada como Rosa de España- la ganadora de aquella ya lejana edición, Bisbal, con su honroso 2º puesto, salió de la academia dispuesto a comerse el mundo (musicalmente hablando, digo) con sus brincos, giros, patadas al aire y extrañas contorsiones faciales, regalándonos canciones no aptas para diabéticos como  "Mi Princesa". A día de hoy, es nuestro artista joven más internacional. Lo mismo te hace un concierto en Londres que en Buenos Aires. Incluso ha tenido el valor de medirse con el difunto Antonio Molina, milagros de la tecnología mediante, en un dueto que dio que hablar y del que David salió limpiamente airoso. Y a pesar de algún desliz twitero ignorando la situación política egipcia y de una ex con una impopularidad digna de toda una Yoko Ono, ahí sigue el tío. Imparable.

Imparable fue también la carrera de la Temple desde muy temprana edad. Epítome de niña prodigio made in Hollywood, la pequeña Shirley empezó en esto del mundo del espectáculo contando apenas 4 añitos. Precocidad no se puede decir que le faltara. En 1934 lo petó con la película Ojos cariñosos (Bright Eyes, dirigida por David Butler), especialmente con la canción que entonaba en esta película, "On the Good Ship Lollipop". Al año siguiente, recibió todos los parabienes que una estrella del firmamento hollywoodiense podría recibir, Oscar© incluido. Continuó sumando éxitos interpretando a todas las niñas encantadoras de la literatura, desde Heidi a La pequeña princesa, espolvoreando de azúcar los deprimidos corazones americanos de la década de los 30, como bien supo ver su presidente Franklin Delano Roosevelt. 

Mas la Temple no podía ser toda la vida una encantadora niñita. El público no se adaptó a su natural cambio físico y su carrera empezó a declinar, hasta acabar retirándose del espectáculo para dedicarse a otro espectáculo aún más circense quizás, la política, que la llevó a ser embajadora de EE.UU. en Ghana y la antigua Checoslovaquia, y a codearse con los presidentes Nixon, Ford, Carter y Bush padre. ¡No salió tonta la niña!  

Desde estas Coincidencias hemos tenido una visión bien trastornada: la ya abuelita Shirley, envuelta en un pareo de mil colores, tumbada en una hamaca al lado de la piscina en una lujosa mansión de Palm Springs. Con una mano acaricia la revoltosa melena de David Bisbal, que permanece, cual perrillo faldero, sentado en el suelo a su lado mientras lee para ella Ricitos de Oro. Con la otra mano se acerca a los labios de cuando en cuando una copa del cóctel que lleva su nombre, el cóctel sin alcohol por excelencia. ¿Quién quiere alcohol cuando puede degustar toneladas de sacarosa? Es probable que los fans de ambos artistas coincidan en esta opinión.