miércoles, 20 de noviembre de 2013

¿Good o Griffin?

Si prestan atención a la imagen que antecede a estas líneas, es probable que, como los responsables de Coincidencias trastornadas, se hayan percatado de los pequeños detalles que relacionan a estos dos personajes en principio tan dispares: peinado castaño y recatado, gafas de pasta fina y un sugerente hoyuelo en la barbilla, además del uso de una inmaculada camisa blanca. Sin embargo, la impertérrita sonrisa bobalicona a nuestra diestra no encuentra su par en el gesto grave y preocupado a mano siniestra. Si quieres conocer la razón, oh delicioso lector que has topado con esta página, por favor, continúa leyendo...

En el lado izquierdo tenemos a John Halder, personaje que interpreta un Viggo Mortensen, cuya caracterización oculta su habitual virilidad y sex-appeal, en la película Good. Estrenada en 2008, dirigida por Vicente Amorim y coprotagonizada por Jason Isaacs (el temible Lucius Malfoy), Jodie Whittaker (la revelación de discreto vuelo de Venus), Mark Strong (el malo favorito de Guy Ritchie), Anastasia Hille (la madre de la más desdichada y psicótica de todas las madrastras de Blancanieves) y Gemma Jones (la madre que parió a Bridget Ídem), la película pasó bastante desapercibida para el público por aquellas fechas, poco acostumbrado a un Mortensen tan reflexivo y tan alejado del arquetipo del action hero. El film es, a ojos de los responsables de este humilde blog, un dechado de sutileza, elegancia y sobriedad. 

Halder es un buen hombre (la palabra bueno -o good, para los amantes del V.O.- aparece varias veces en las líneas de diálogo a lo largo de su breve metraje) que capta la atención de los grandes ideólogos de la Alemania nazi tras publicar un libro en que defiende la eutanasia como una romántica demostración de amor supremo. Ni que decir tiene que las altas jerarquías del movimiento hitleriano le dan una perversa vuelta de tuerca a tan místico planteamiento. A lo largo del film, Halder será tentado por las luces y el oropel del poder nacionalsocialista, llegando a tomar una serie de decisiones -que afectarán a su mujer, a su madre, a su alumna y a su mejor amigo- las cuales le llevarán a replantearse esa supuesta bondad por la que familia y amigos tanto le encomian. Como no nos apetece desvelar mucho más, animamos al lector de estas líneas a hacerse con una copia (cuanto más legal, mejor) de esta cinta, y sea testigo de los acontecimientos que cambiarán para siempre la vida -y la sociedad- de su atónito protagonista. Aunque solo sea por disfrutar de la breve y sutil interpretación de J. Isaacs, no se la pierdan.

A la derecha nos encontramos con un famosísimo personaje televisivo: Peter Löwenbräu Griffin. Este habitante de la ficticia localidad de Quahog, en el estado de Rhode Island, vive, junto a su familia y Brian, su perro hablador, una aventura por capítulo desde mayo de 2005. La serie sigue cosechando gran éxito desde entonces, cimentado -si nos permiten ponernos algo raspas- en su similitud con el superexitazo titulado Los Simpson. De hecho, la crítica habitual que ha recibido la serie desde su estreno ha sido precisamente la de su más que sospechoso parecido con el esquema argumental de la mítica serie creada por Matt Groening. Para los pocos que aún no hayan visto un solo capítulo de esta sitcom animada, y sienten curiosidad por la personalidad del padre de familia, se la resumiremos en dos palabras: Homer Simpson. Dicho de otro modo, el retrato de un personaje de poca o nula inteligencia, con un estilo de vida amoral, absurdo o decididamente dadaísta, para entretenimiento de un respetable con humor más ácido, cafre y pasotero de lo habitual. De hecho, puestos a demostrar parecidos, lo resumiremos en esta sencilla ecuación:

                                         Padre de familia = Los Simpson + South Park

Sus polémicas con organizaciones para la lucha contra el SIDA o en defensa de los judíos, o directamente con la misma población canadiense, atestiguan el gusto de los responsables de esta serie (creada por Seth MacFarlane, presentador de la pasada entrega de los Premios de la Academia) por tocar las narices a todo perro pichichi.

Con un planteamiento así, está bien claro que Mr. Griffin no soporta el peso de la culpa y el remordimiento más genuinamente humanos que padece Herr Halder. De ahí se infiere su sempiterna mueca de alegría, tan estúpida... tan envidiable. Pero no queremos ponernos muy moralistas; despidámonos con un guiño al humor más campestre, inspirado por la barbilla de los protagonistas de nuestra entrada: